La lengua en tiempos de la pandemia
Profa. María Concepción Hernández García
En tiempos de globalización, las pandemias alcanzan proporciones globales. Lo impensable ha ocurrido, está ocurriendo: Los países más industrializados, los más avanzados tecnológicamente están experimentando un flagelo sin precedentes en los últimos cien años. Se han sometido a una prueba de fuego los sistemas de salud de estos países, la competencia de los organismos gubernamentales, la capacidad gestora de sus dirigentes, el sentido de responsabilidad y la paciencia de la mayoría de los ciudadanos, así como la efectividad de los medios de comunicación, la tan cacareada educación en línea y, englobándolo todo, la estabilidad de la economía.
En medio del pandemonio creado por la pandemia, la lengua permanece incólume, impertérrita demostrando su capacidad inagotable de responder a las necesidades comunicativas de los hablantes. También soporta los desmanes de no pocos usuarios, precisamente de los que, frente a un micrófono o ante una cámara, se proyectan como los portavoces de la información más exacta sobre la situación. Así como nuestra cotidianidad se ha visto trastocada en las últimas semanas, también nuestro léxico habitual sufre los embates de unos usos idiomáticos que, como el virus, son diseminados por políticos, periodistas, locutores y publicistas, que se esfuerzan en revestir, con palabras y expresiones insólitas, una información repetitiva, incierta e incluso, en algunos casos, amañada.
Proliferan en estos tiempos expresiones inauditas, posibles sí, tal vez impecables desde el punto de vista de la corrección morfológica y fonética, pero de difícil interpretación para la mayoría de los hablantes. Para empezar, se observa un afán desmedido por recurrir a expresiones metafóricas. Por ejemplo, en las alocuciones que periódicamente lleva a cabo el presidente del Gobierno español, repite, como un mantra, una frase hecha, que utilizó el ministro de Defensa, y que al Sr. Sánchez y a los miembros de su gobierno parece que les ha gustado mucho: “Moral de victoria”. Un sondeo muy superficial dejaría patente que, en su inmensa mayoría, ni los hablantes de mediana y avanzada edad, ni mucho menos los más jóvenes y adolescentes entenderían qué significa la tan repetida frase. Siguiendo con metáforas militares, la otra frase que no falta en los espacios informativos es el “enemigo invisible”, al que se enfrentan “héroes anónimos” (de vez en cuando y en aras de la corrección política, aparecen también “heroínas”), “héroes de bata blanca”, los que están en “la primera línea de combate”, en el “frente de batalla”; se habla también de “toque de queda”. Los enfermos que se recuperan son unos “guerreros". En el extremo opuesto, utilizando mayormente las redes sociales, hay otro tipo de emisores, los médicos y el personal sanitario que, sin metáforas ni paños calientes, denuncian la falta de recursos, usando el idioma de manera clara y directa, sin adornos y sin ambages, para que todo el mundo entienda: “Crisis en los hospitales”. “No tenemos mascarillas ni medios para protegernos del contagio”. “Hacemos turnos agotadores en condiciones deplorables”. “Está muriendo mucha gente”. “A veces tenemos que elegir a quién vamos a poner en un respirador y quién no”. “Estamos exhaustos física y moralmente”.
En otros casos, la intención persuasiva apela a sentimientos familiares: “Lo más importante para mí es la salud de mi pueblo puertorriqueño”, igual de tópico y falaz el contenido, pero más sencilla la envoltura para llegar a cierto tipo de público, que ve en el gobernante de turno, más bien de su partido, un padre/madre que daría la vida por salvar la de sus hijos, es decir, sus conciudadanos. Los periodistas y locutores de los programas informativos de televisión no están inmunes a la pedantería y a la exageración. En unas noticias de un canal local1 , se oyen expresiones tan exageradas como “la era del coronovirus” (¿Desde cuándo un periodo de varios meses es una ‘era’?); y el más difícil todavía en expresiones hiperbólicas: Hay pacientes que “han superado la muerte” (¡..!). Asimismo, parecen empeñarse los redactores de noticias en seleccionar términos de uso menos frecuente. El adjetivo ‘nuevo’, aplicado al virus causante de la pandemia, ha sido sustituido por el adjetivo ‘novel’, menos frecuente porque su significado es más restringido. Pero este hecho no parece importar a los “comunicadores”, que repiten incesantemente, como si de un epíteto identificador se tratara, referido al coronavirus: “virus novel” y “novel virus”. En una consulta rápida en cualquier diccionario, se encuentran las siguientes definiciones: ‘principiante, persona que comienza a practicar una actividad’ ; 1. adj. Que comienza a practicar un arte o una profesión, o tiene poca experiencia en ellos ; ‘que se estrena en una actividad’: ‹‹Marta lloraba, reía y suspiraba sola, como un padre novel en la antesala del paritorio›› (subrayado nuestro). En todas las definiciones, hay un elemento constante: ‘novel’ es un adjetivo referido a personas. ¿La personificación se añade, entonces a las metáforas e hipérboles?
1 Telenoticias 5 pm. Canal 2, 28 de abril de 2020.
Además de esta frecuencia anómala de figuras propias de la lengua poética en contextos comunicativos, el neologismo innecesario es otra forma de complicar el discurso, de sorprender al interlocutor, de persuadirlo de la elocuencia del emisor. El español ofrece al hablante unos mecanismos muy efectivos para la creación de nuevos términos, que, siempre que respondan a una necesidad genuina de comunicación, contribuyen al enriquecimiento léxico del idioma. No hay duda de que la derivación es el recurso más productivo para ampliar su léxico. Producto de la derivación es precisamente una palabra, acuñada por la cúpula política de España, que los medios de comunicación se han encargado de diseminar y, como el coronavirus, ya está llegando a este otro lado del Atlántico. Se trata del vocablo “desescalada”, neologismo formado por el muy productivo prefijo des-, que da lugar a una cantidad considerable de antónimos verbales y adjetivales: ‘ordenado’ / ‘desordenado’; ‘pegar’ / ‘despegar’. Sin embargo, ¡cuidado! no se puede crear un antónimo irreflexivamente y pretender que sea válido y aceptado, pues hay casos en que no es posible hacerlo, porque el resultado es semánticamente inviable. Se puede coser y descoser, pero nadie puede cocer un alimento y luego “descocerlo”, aunque no haya reparos con la morfología. Se puede ‘escalar’, ascender por una pendiente hasta llegar a la cima. Una vez lograda la acción, que conlleva voluntad, esfuerzo y la consecución de una meta o un objetivo trazado, sencillamente se regresa bajando por la pendiente, se desciende. En el argot de los alpinistas, una vez alcanzada la cumbre, se inicia el descenso, o ¿alguno de ellos ha dicho en alguna ocasión que ha “desescalado” el Everest?
2 Fundeu, BBV.
3 RAE
4 Diccionario panhispánico de dudas.
El uso metafórico de ‘escalada’ está aceptado en español . Sin embargo, el diccionario no recoge el antónimo “desescalada”. La RAE, en principio, tampoco la aceptó, aunque parece haber cambiado de opinión. El problema se complica cuando el uso y el significado que se da al neologismo no son simétricos con la palabra base ‘escalada’, referida al aumento diario del número de personas contagiadas. Y es lógico que no se usen los términos ‘escalada’ ni ‘escalar’ porque el español cuenta con palabras para hacer referencia a un virus o a una enfermedad, palabras de uso común y, por ello, fácilmente comprensibles por los hablantes: “Se incrementa el número de casos”. “Se propaga rápidamente”. “Se acelera el ritmo de contagio”. “Aumenta la cantidad de contagiados”. “Se eleva la curva de contagios”.
5 DRAE, escalada 3. f. Aumento rápido y por lo general alarmante de algo, como los precios, los actos delictivos, los gastos, los armamentos, etc.
Pues bien, si no se ha usado el término ‘escalada’, ¿por qué usar ‘desescalada’? Este “palabro”, como lo califican algunos medios electrónicos, además de objetable, es totalmente innecesario, ya que, lejos de contribuir a la claridad e inmediatez de la comunicación, confunde al público no solo por su forma sino también por su contenido. Algunos medios de comunicación más cautelosos y cuidadosos con el uso del idioma manifiestan sus reservas marcando con comillas la palabra “desescalada”. Contrario a lo que su morfología puede sugerir, el neologismo nada tiene que ver con descensos, ni bajadas. Se refiere a poner fin a una cuarentena, que, siguiendo en la línea de adjudicar a las palabras unos significados que no tienen, no se trata de un aislamiento que dura cuarenta días, pues en principio se decretó una cuarentena de dos semanas; ahora la cuarentena sobrepasa la cincuentena. Esta cuarentena no fue ‘escalonada’, sino que se decretó un día y, al día siguiente, el país estaba paralizado: los ciudadanos encerrados en sus casas; las escuelas, instituciones educativas y universidades cerradas; las oficinas cerradas; los centros comerciales y las tiendas, cerrados; los vuelos suspendidos; las carreteras con controles; en algunos lugares, ha habido incluso un cierre de fronteras. Tales medidas de control se aplicaron de forma inmediata y total. Se impusieron al punto, a golpe de decreto, de orden ejecutiva. Entonces, es lógico pensar que lo que se cierra, se abre. Cualquier hablante es capaz de relacionar los pares de antónimos: ‘abrir’ / ‘cerrar’. Ahora bien, los comunicadores que controlan la difusión de noticias sobre la pandemia, han preferido establecer una equivalencia entre ‘cierre’ y ‘desescalada’. ¿Por qué no se habla de levantar paulatinamente las medidas de restricción de movimientos exigidas por el estado de emergencia? ¿Por qué no decir que se reactivará gradualmente la economía? ¿Por qué no anunciar que los trabajadores se reintegrarán por sectores a sus puestos de trabajo? ¿Por qué no comunicar claramente al público que se va a ir recuperando poco a poco la actividad cotidiana? ¿Por qué no llamarlo una vuelta progresiva a la normalidad? Porque son mensajes demasiados claros y directos y parece que la consigna es complicar y oscurecer el mensaje que se quiere trasmitir. Una vuelta de tuerca más, en palabras del presidente Sánchez: En España, el “horizonte de la desescalada” se prevé para mediados de mayo.
Otro ejemplo, de morfología similar, es “desconfinamiento”. A la RAE llegan consultas de hablantes prudentes, sorprendidos por esta avalancha de términos inusuales, entre ellos “desconfinar” y “desconfinamiento”. La respuesta que, mediante un tuit da la RAE, es que “son derivados correctamente formados para aludir al proceso inverso al que expresan ‹‹confinamiento›› /‹‹confinar››, aunque no sean de uso habitual” (subrayado nuestro). No, no son de uso habitual. Es difícil encontrar un ejemplo de “desconfinar” o “desconfinamiento” en los medios de comunicación, antes de la declaración de la pandemia. En Puerto Rico, es muy frecuente el término “confinado”, referido a la persona que se encuentra en prisión. Los confinados, cuando cumplen su sentencia, “salen libres”, “son liberados”, “son excarcelados”, “vuelven a la libre comunidad”, pero nunca “son desconfinados”.
Aunque la ‘desescalada’ y el ‘desconfinamiento’ son ejemplos llamativos, no son los únicos de usos fuera de lo común que se registran en estos tiempos de pandemia. La amenaza a la salud de este virus, de momento incontrolable, ha obligado a tomar unas medidas de seguridad, que han dado lugar a expresiones más o menos aceptables desde el punto de vista idiomático. En el español de las dos orillas, se ha acuñado la expresión “distanciamiento social”, para referirse a la necesidad de guardar una distancia segura entre las personas para evitar el contagio. Cualquier hablante de español sabe que ‘distanciamiento’ y ‘distancia’ no son vocablos idénticos, ni en su forma ni en su contenido. Distanciamiento se refiere a la acción y efecto de distanciarse, es decir, apartarse, separarse; mientras que la distancia se define como “espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos” . Sí hay un distanciamiento social cuando la gente permanece encerrada en su casa, sin acudir a actos sociales, sin socializar, es decir, sin hacer vida social. Sin embargo, la medida de protección que han dado en llamar ‘distanciamiento social’ se refiere a la precaución de mantener una distancia interpersonal, no social.
6 @RAEinforma 21 de abril. 2020.
En conclusión, en el distanciamiento social que nos impone la cuarentena en confinamiento, ante la escalada de usos y significados inéditos de palabras que no sabíamos ni que existían, debemos procurar distanciarnos de los medios. A fuerza de repetir lo mismo, de exagerar, de rebuscar expresiones sorprendentes, los “comunicadores” pueden hacernos perder la paciencia, hacernos dudar de nuestra capacidad de comprender los mensajes que nos trasmiten, hacernos temer que se nos esté olvidando el español, como efecto secundario del aislamiento, cuando, al escuchar las declaraciones que se dan en las ruedas de prensa, nos preguntamos atónitos: ¿Qué es lo que ha dicho?
De acuerdo, en tiempos de pandemia, hay que ser extremadamente cuidadoso para preservar el buen estado de salud, pero también el buen uso del idioma.
San Juan, 28 de abril de 2020