Palabras de presentación de la vigésimotercera edición del Diccionario de la Lengua Española

El Diccionarioacadémico es una obra en marcha desde 1726 que refleja, conforme a sus medios y circunstancias, los avatares de la lengua, la filología, la lexicografía y las tecnologías de transmisión disponibles. Cada nueva edición del Diccionario resulta en una ceremonia, un rito imprescindible que abre la caja de Pandora de la opinión pública y atrae la atención de los hablantes hacia sus propias palabras y las ajenas. Mientras las enmiendas e incorporaciones de nuevas palabras y acepciones ocurren de manera casi subrepticia en la versión en línea del Diccionario, las novedades de la edición impresa invariablemente ganan la atención ciudadana, suscitan y resucitan polémicas, alientan el fuego de las columnas de opinión y soliviantan el ánimo de los paparazis del idioma. Algunos titulares de prensa son una fiesta: “Con el nuevo diccionario de la RAE ya se puede ser blaugrana y tomarse una birra» o «Nace el tataranieto del "Diccionario de autoridades"».
La vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española, que conmemora el tricentenario de la RAE, ha llegado acompañada de un vaticinio apocalíptico: tal vez será la última impresa en papel. Los motivos son evidentes: los avances teóricos de la lexicografía y las apoyaturas electrónicas disponibles y por venir permiten vislumbrar importantes cambios en el contenido y los soportes del Diccionario. El augurio mereció que la RAE, fresca la tinta aún de la edición conmemorativa, organizara un simposio sobre el futuro de los diccionarios en la era digital. No obstante, la experiencia nos dice que los soportes electrónicos también envejecen, algunos más rápidamente que el papel, como ocurrió con las primitivas versiones del Diccionario en CD que datan de 1992. La experiencia también nos dice que la innegable utilidad de la actual versión en línea, que recibe millones de consultas al día, no hizo mella en el efecto mediático que ha tenido la aparición de la vigesimotercera edición impresa del Diccionario. Aun así, no sabemos qué nos depararán las leyes del mercado ni cómo los futuros nativos digitales se relacionarán con los productos de la filología y la lexicografía.
La edición del Tricentenario presenta, como lo hicieron sus predecesoras, un estado de la cuestión que permite reflexionar sobre el futuro de la tarea lexicográfica en el ámbito hispánico. La obra recoge, conforme a su naturaleza, unas 93,000 palabras del léxico general utilizado en España y en la América hispanohablante con una amplia representación de los usos específicos de cada país. Ocurre con el Diccionario como con los retratos de familia en los que por instinto o vanidad solemos reparar, antes que nada, en nosotros mismos e ignorar al resto de los posantes. En materia de palabras, los diversos intereses, grupos, zonas dialectales y países acuden al diccionario a ver cuán bien o mal representados están en la composición. Los gitanos lamentan que se los asocie con la trapacería; los espiritistas que se les trate de doctrinarios; algunos sectores en Estados Unidos objetan la definición de espanglish mientras otros, en cambio, se escandalizan ante el avance de los anglicismos; los mexicanos constatan, en el número de mexicanismos incorporados, la fuerza persuasiva de su demografía; los aragoneses se sienten ufanos del buen número de aragonesismos presentes aún en el diccionario, y así, admitámoslo o no, todos miramos con interés particular el retrato de familia que cada nueva entrega del diccionario nos presenta.
En una reciente visita a Chile, el director de la RAE, don José Manuel Blecua, señaló que “el español es un idioma americano con un apéndice europeo”. Esta elegante metáfora de corte diplomático destaca la realidad demográfica de que en estos momentos el español europeo solo cuenta con el 9% de los hablantes del idioma. Siendo así, es de esperarse que en el retrato de familia del Diccionario figuren cada vez más voces americanas, definidas y marcadas con la mayor precisión posible, como efectivamente ha venido ocurriendo hasta alcanzar la cifra de 18.712 acepciones de América en la presente edición. A este aumento han contribuido la actitud aperturista y panhispánica de la RAE y el aporte en consenso, cada vez más provechoso, de todas las academias, particularmente, la labor que requirió la confección del Diccionario de americanismos (2010) que ha puesto a la disposición de los lexicógrafos una importante fuente de información sobre el léxico específicamente americano. La presencia del léxico americano en el español general será cada vez más acusada en la medida en que avance la revisión en marcha del Diccionario de americanismos y comiencen a sentirse los efectos de la ampliación en curso de los corpus de la Real Academia Española, particularmente el Corpus del Español del Siglo XXI, con énfasis proporcional en las fuentes americanas.
Nada de ello, sin embargo, exime a las academias americanas de su cuota continua de responsabilidad particular en lo que respecta al estudio científico del léxico de cada país y región. Nuestras propias investigaciones, bases léxicas y diccionarios diferenciales deben ser parte de las fuentes confiables de información que alimenten el Diccionario de la lengua española. Es también el camino para el perfeccionamiento, quizás la superación, del derecho rogado o petición por instancia de la parte interesada como procedimiento de incorporación de voces y acepciones americanas al Diccionario común de la lengua, cualquiera que sea la forma, impresa o electrónica, que este adopte en el futuro. A la mesa común de las deliberaciones las academias debemos concurrir, no con enseñas nacionales, sino con argumentos lexicográficos.
Cada academia podrá dar cuenta de sus avances en esa dirección. En el caso particular de Puerto Rico contamos con un Tesoro lexicográfico, publicado en 2005, que es la suma razonada de 60 diccionarios, vocabularios y léxicos del español de Puerto Rico que recoge buena parte de la creatividad lexical del país hasta el siglo XX. El año próximo esta obra estará disponible en versión en línea con capacidad de consultas básicas y avanzadas. Por otra parte, en 2010 publicamos un Diccionario de anglicismos actuales que ofrece un amplio registro de estas voces en la lengua escrita de la internet. Ambas fuentes, el Tesoro y el Diccionario de anglicismos, están incorporadas a una base léxica en construcción, que incluye además, las palabras con marca de Puerto Rico que figuran en el Diccionario de la lengua española y el Diccionario de americanismos. Esta base léxica se alimenta continuamente con las voces que familiarmente llamamos “puertorriqueñismos realengos” que son aquellas de uso en nuestro país de las cuales aún no hay constancia en diccionarios o glosarios. Con estos recursos, unidos a los que nos proporcionan las academias antillanas, como el Diccionario del español dominicano, de reciente publicación, y las obras y los corpus panhispánicos de la RAE vamos cumpliendo con el deber de estudiar, cada vez con mayor fundamento científico, el léxico del español de Puerto Rico en el contexto antillano, lo que deberá redundar, en los años por venir, en un retrato de familia en el que la realidad léxica de la zona caribeña figure cada vez con más pixeles y mejor resolución en el Diccionario de la lengua común.
En cuanto a las señas de identidad, siempre notables en una obra que recoge la creatividad léxica de una veintena de naciones, la Academia Puertorriqueña de la Lengua Española, igual que las academias hermanas, ha trabajado afanosamente en el cotejo, la precisión y el cernido de las 663 acepciones con marcas de Puerto Rico que contiene la vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española. En particular, nos complace que se acogiera, aunque parcialmente, nuestra propuesta de revisar la séptima acepción de la palabra “jíbaro”, de alto valor simbólico para nuestro país y la definición del término “espanglish” que se había incluido en la edición en línea del Diccionario. Queda pendiente la incorporación de la forma anglicada “niuyorrican” que los estudios realizados por nuestra Academia demuestran que es la forma y la grafía preferidas para referirse “al puertorriqueño nacido en Nueva York o que reside allí, siempre que sea hijo de padres puertorriqueños”, frente a “neorrican” o “neorriqueño”, que tienen menos frecuencia y dispersión. En cuanto a los anglicismos conviene recordar que muchas formas que han entrado al Diccionario como adaptadas se mantienen como anglicismos crudos en el habla y la escritura de Puerto Rico, y en las de otros países de América, donde nadie dice gay sino “gay”, ni iceber sino “iceberg” ni manájer, sino “manager”, ni wifi, sino “wifi”. Paradójicamente, la retención de la forma cruda es, a mi juicio, un rasgo conservador de los hablantes, en estrecha convivencia con el inglés, que subraya la marca de extranjería de ciertos anglicismos en el contexto de la fonología y la ortografía hispánicas. Pero estos son pequeños tópicos de conversación entre los muchos que suscita la mirada a ese espléndido retrato de familia que nos propone la vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española.
José Luis Vega
Feria Internacional del Libro, Guadalajara
2 de diciembre de 2014